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2015.09.12 La locura y el método del Culebro

Por: Jorge Patiño


Hernando Casanova hubiera cumplido setenta años en 2015. Está a punto de salir un documental, realizado por sus hijos, que va detrás del legado del opita más gracioso de la televisión colombiana.


De no haber sido por un trino sin importancia en Twitter, este artículo ni siquiera hubiera empezado. “El billete de cien mil pesos debería tener un personaje que no sea divisivo, como el Culebro Casanova”, escribí un día cualquiera, sin prever que al rato el Culebro, o alguna cuenta a su nombre, iba a marcar la frase como favorita.

Cuentas de difuntos existen en grandes cantidades. Si uno le cree a Twitter, Miguel Antonio Caro, Simón Bolívar y Jorge Luis Borges siguen vivos, publican frases célebres y comparten memes. Pero resulta que la cuenta de Hernando “el Culebro” Casanova no es ninguna parodia —algo que no deja de ser notable, porque fueron justamente las parodias musicales las que más contribuyeron a que Casanova se hiciera muy famoso—. El que maneja la cuenta es Nicolás, el menor de sus hijos, quien actualmente dirige un documental sobre su padre. Le falta poco para terminar, y tal vez esté listo para el final de este año o el comienzo del próximo.


Por lo general, suele ser un nombre famoso el que expone ante el público los recuerdos de su padre. Franz Kafka, Héctor Abad Faciolince, Hanif Kureishi, Paul Auster, Chuck Palahniuk, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez han escrito desde apartes en sus obras hasta artículos y libros enteros sobre sus progenitores. Pero en el caso de Nicolás, la fama viene en sentido contrario. El famoso fue su padre, el actor. Casi cualquier colombiano de más de treinta años lo recuerda. Para algunos con menos edad, quizá sea un ídolo kitsch, una figura a la cual se le venera con algo de ironía, como una especie de héroe del pasado o un embeleco de los papás, siempre con sus recuerdos de cuando en Colombia solo había tres canales de televisión —ninguno de los cuales funcionaba veinticuatro horas—.


No eran tiempos mejores, ni es cuestión de romantizar a un país parroquial y sin decodificadores para ver cien canales de varias partes del mundo. Simplemente, Hernando Casanova se convirtió en ídolo en un momento en que la atención estaba menos dispersa y había una ausencia total de teléfonos con pantalla (los mismos desde los cuales se pueden ver sus videos en Youtube).


De estar vivo, Casanova hubiera cumplido setenta años el 21 de abril de 2015. Falleció a los cincuenta y siete, el 24 de octubre de 2002. “Era una persona joven que tenía un largo camino por delante. Tenía un talento natural y hubiera podido usarlo en cosas muy especiales”, dice Pepe Sánchez, quien lo dirigió en Don Chinche, la principal comedia colombiana de los años ochenta. Allí interpretó a Eutimio Pastrana Polanía, un mecánico huilense, tímido e ingenuo, que era el mejor amigo y socio del personaje titular.

El niño Hernando nació en Neiva, pero pasó casi todos los fines de semana de su infancia en Campoalegre, o ‘Happy Country’, como solía llamar al municipio que tanto le gustaba. Se escapaba de la casa para irse al río Magdalena, o huía del colegio con rumbo al circo, lo cual le provocó más de un dolor de cabeza a su abuela, quien como castigo lo amarraba dentro del cementerio. Ella se escondía detrás de algún mausoleo o de una tumba alta para no perderlo de vista. Tal vez de ahí haya surgido su gusto por las películas de terror. A veces, ya hecho un hombre, se sentaba a ver cintas de miedo con sus hijos, se paraba en medio de la película, los dejaba en la sala un rato, quitaba la luz, se despeinaba o se ponía una máscara y les metía un gran susto. Sus tres hijas y sus dos hijos pasaron por esto.

Ese era el Hernando que muchos conocieron desde siempre, libre y mamagallista. Era el tipo que se escapaba, pero que trabajaba como una máquina. El mismo que llegaba puntual a las grabaciones así hubiera estado de rumba la noche anterior. Y la rumba con Hernando, en el apogeo de su fama, fue dura. Eran los años ochenta, y con Don Chinche y El show de Jimmy en pleno auge, Hernando, según sus propias palabras, metió “hasta cebolla cabezona”. Claudio Soto, quien trabajó con él en El show de Jimmy, admite que “no nos iban a canonizar. Pero no estábamos sufriendo ni molestando a nadie y había al tiempo una altísima responsabilidad. Teníamos al menos dos dedos de frente para cuidar las cosas”.

Claudio era percusionista, actuaba, era asistente de Jimmy y manejaba varios asuntos administrativos de la programadora Do Re Creativa. Era fácil reconocerlo porque en medio de un programa lleno de bigotones, su mostacho —que aún conserva— era el más poblado.

Y, por encima de las funciones anteriores, Claudio era miembro de los Meros Recochan Boys, la tropa de parodias musicales y chistes actuados que comandaba Casanova. Las ideas surgían en conjunto en el apartamento de Hernando, quien luego las ordenaba y se las presentaba a Jimmy. Escribía los libretos a mano, y le costó trabajo pasar a la máquina de escribir y finalmente al computador.


Casanova nunca fue a una academia de actuación. Lo que aprendió del espectáculo en su niñez lo hizo poniendo a bailar a sus tías o mediante ejercicios infructuosos para amaestrar cucarrones y formar con ellos un circo. Lo otro que lo llevó a la fama fue la insistencia. A fuerza de perseverar logró sus primeras participaciones en El club del Clan, un programa musical en radio que tiempo después pasaría a la televisión. Pero sus primeras palabras ante las cámaras, al menos como actor, fueron las olvidables —pero recordadas— “Aquí traigo esta carta”. Fue en la telenovela Cartas a Beatriz, y si bien Casanova ya era una presencia familiar en los estudios de Inravisión, todavía no lograba brillar lo suficiente. Veía a los actores y leía los libretos, pero, sobre todo, observaba con mucha atención a los directores para ver sus indicaciones a los artistas y a los técnicos. Lo suyo era el empirismo puro, y eso terminó por dar frutos.


Su fama empezó a crecer gracias a Yo y tú, una comedia muy exitosa que se transmitió desde 1956 hasta 1976, en la que tenía que hacer el papel de cobrador —o “chepito”, como se les decía en la época—. Pero al actor que debía decir “Ahí viene el chepito” se le olvidó la palabra y solo atinó a pronunciar “Ahí viene el culebro”. El apodo se quedó con él para siempre.


En los años setenta también actuó en Caso juzgado, un programa en el que interpretó diferentes papeles, casi todos ellos de malo. Y ahí está uno de los detalles más interesantes de la vida del Culebro: a pesar de que casi todo el mundo lo recuerda como un actor cómico bonachón, realmente creció como artista a base de papeles dramáticos en los que él era el malo. Ese fue el caso de Embrujo Verde (1977) —actuación que le valió el único premio que recibió en su carrera— y de Canaguaro (1981), una de sus películas más conocidas, que trataba el tema de la violencia en los Llanos Orientales. No obstante, para todos los que lo conocieron, era un mamagallista consumado y eso lo transmitía con facilidad en sus papeles cómicos.


Pero el histrionismo y la tomadera de pelo no solo le servían en el set de grabación.

Cuando se casó con Gilma Sampayo, su segunda esposa, lo hizo en Ureña, Venezuela. Al llegar a Cúcuta había un letrero que decía “Bienvenido, Hernando Casanova”. Al otro lado de la frontera los casó el alcalde, que tuvo que oficiar la ceremonia con un Casanova elegantemente vestido, quien además lucía unos dientes postizos protuberantes, con los que salió en las fotos. Al terminar, le dijo: “Alcalde, ¿y los regalos?”. La pregunta cogió fuera de base al funcionario, quien mandó comprar tres botellas de trago para brindar con los presentes. La fiesta fue en Bogotá, en una casa que Jimmy Salcedo tenía para grabar un programa, la comida fue producto de un canje publicitario y la música la pusieron los músicos de El show de Jimmy, que como tocaban en diferentes orquestas, debían entrar y salir de la fiesta para cumplir compromisos en otros lugares, así que se iban turnando la rumba.


Pepe Sánchez recuerda otra ocasión, durante la grabación de un episodio de Don Chincheen Neiva, en la que resultaba casi imposible trabajar en una escena en un parque a causa de la multitud que había. Sánchez le pidió a un asistente que hiciera correr el rumor de que Hernando Casanova iba a cantar cerca de una iglesia. No fue una simple treta, él se lo tomó en serio y allá llegó a cantar acompañado por un dúo de guitarras. Sánchez rodó en calma la escena y terminó otras más. Un niño se acercó al director para decirle: “Don Pepe, le manda decir don Culebro que si ya”. Por supuesto que ya habían acabado de grabar, y quien también estaba acabado era “don Culebro”, tras dos horas seguidas de canto bajo el ardiente sol opita.


Era un tipo que hacía lo que debía, pero que iba un poco más allá. En el caso de Eutimio, Pepe Sánchez afirma que el personaje cambió mucho desde lo que había en el papel hasta lo que se vio en pantalla. “Un buen actor enriquece al personaje y eso hizo que Eutimio se volviera popular y querido por la gente. Hernando tenía una sensibilidad muy especial”.

No fueron pocas las veces en que la fama lo ayudó. Una vez se puso a pitarle de mala manera a un bus que lo había cerrado en carretera, sin saber que adentro iba un grupo de guerrilleros. Cualquier otro hubiera pasado un mal rato, pero cuando vieron quién era el del carro, lo dejaron seguir sin problema. También lo dejaban pasar los agentes de tránsito al reconocerlo, a pesar de que nunca tuvo licencia de conducción.


Pero la televisión es un medio en el que todo sucede muy rápido, y el trabajo y el dinero pueden irse con rapidez. Para Casanova, su época profesional más dura fue a comienzos de los noventa. Jimmy Salcedo había muerto después de permanecer tres años en estado vegetativo tras sufrir un coma diabético. El show de Jimmy aguantó como pudo la ausencia de su cabeza, pero la moral estaba baja, el programa perdió la licitación de su espacio y la programadora se acabó. Las aventuras de Eutimio, a pesar de contar con su exitoso personaje de Don Chinche, nunca alcanzó las alturas del programa original y no duró mucho tiempo al aire. Tuvo un papel en Fuego verde y nada más. Los problemas de dinero no tardaron en aparecer.


Gilma le decía que pusiera algún negocio, que quizá se llamaría Las empanadas de Eutimio, pero la idea nunca despegó. “Todos los negocios que ponía le salían mal. Quiso poner una videotienda, invirtió y lo robaron. Pero nunca pasamos necesidades”, dice María Margarita, la menor de las hijas de su primer matrimonio con Elsa Ruiz. María Margarita se moría de ganas de entrar al mundo del espectáculo, pero Hernando no la dejaba porque no quería que se involucrara demasiado en un medio que él consideraba muy pesado. Ella hizo algunos papeles pequeños en Musiloquísimo —bajo la dirección de su padre— y hasta le propusieron actuar en Las Ibáñez, pero Hernando le dijo que no. De todos modos, lo siguió acompañando a las grabaciones, incluso como adulta y mujer casada. Hasta ahí llegó su experiencia con la televisión —estudió Lenguas modernas con énfasis en Relaciones internacionales y ahora trabaja en una compañía que formula agroquímicos—.

Ella afirma que esa mala racha cambió “cuando se encontró con personas que le colaboraron mucho en el medio”. Una de ellas y que resultó fundamental para los últimos trabajos de Casanova fue el libretista Andrés Salgado, quien junto a Natalia Ospina empezó a escribir teniendo a Casanova en mente. “Ni siquiera le hicimos casting, sino que lo llamamos. Tuve el honor de que los tres últimos papeles de su carrera los hizo en tres historias mías. Arrancamos con Perro amor (una idea de Juana y Natalia Uribe). Luego, Se armó la gorda y finalmente en una novela creada por Natalia Ospina y Juan Carlos Ospina, Amor a mil, cuyos libretos escribí con Natalia”.


Para Salgado, el inicio de la relación fue amable, increíble, y lo compara con las veces en las que conoció a Luis Alberto Spinetta y a Miguel Bosé. Solamente atinó a llamarlo “maestro”, nada de Hernando ni Culebro. Sin embargo, para Salgado eran claras sus dificultades de salud y de dinero. Lo notaba preocupado por el futuro, por lo que sucedería cuando se acabara la telenovela de turno. Así que un día lo llamó y le dijo: “‘Vea maestro, mientras yo escriba historias de televisión y con todo el amor que siento por usted, le doy mi palabra de que siempre que esté a mi alcance, usted no va a dejar de tener trabajo en mis historias’. Y bueno, lo iba cumpliendo. A veces me pongo a pensar qué papel le hubiera dado si siguiera vivo”.


Cuando era niño, Salgado grababa El show de Jimmy y dejaba la cinta en pausa hasta el momento en que empezaban los segmentos de los Meros Recochan Boys. En Barranquilla, el ambiente cachaco de Don Chinche no le decía mucho, pero lo que hacía en El show de Jimmy lo marcó. Tanto, que al enterarse de esto Casanova le regaló un DVD que atesora, con los ensayos, las grabaciones y las versiones finales de un montón de chistes de los Meros Recochan Boys y Musiloquísimo. Son seis horas del Culebro en acción, en las que “todo parece muy caótico, pero él lo tenía todo muy claro”.


Como lo decía Pepe Sánchez, el buen actor es el que le aporta al personaje, y Hernando Casanova se dedicaba a observar y a intervenir su papel. La primera vez que Andrés Salgado lo vio interpretar a Yardines, el personaje que escribió para él en Perro amor, fue claro el cambio por el que pasó desde el computador hasta la carne y el hueso del Culebro. “Nosotros habíamos diseñado al personaje, pero él tenía vía libre para acomodarlo. Se puso una ropa muy divertida. Tenía una barriga muy grande en ese momento y se puso el pantalón por encima del ombligo, y coronó con un bigotito hitleriano porque se imaginó que el papá de su personaje era muy estricto. En medio de la escena se levantó y empezó a caminar con un tambaleo, porque el personaje tenía una pierna más larga que la otra. Yo no lo sabía, pero sorprendió y así se quedó. Ese era el sello de su genialidad”, dice Salgado.

El camino de regreso a las pantallas y a una carrera que revivía se truncó después de sus tres últimas telenovelas. Los problemas no fueron repentinos, porque era claro que su salud era delicada. No fumaba ni consumía alcohol, y en el set de Perro amor comía ensalada y filete a la plancha. Allí, en medio de una grabación en Girardot, tuvieron que hospitalizarlo por un enfisema pulmonar. Salgado dice que no había que ser un genio para notar que su cuerpo le estaba pasando la factura por los años de excesos.


En agosto de 2002, Hernando Casanova se sometió a una cirugía de corazón abierto. Le reemplazaron una válvula y le pusieron “una de marranito”, como recuerda María Margarita. A la operación llegó bien. Su estilo de vida saludable, en el que además de dieta había ejercicio, estaba dando buenos resultados en apariencia. Su recuperación fue dolorosa y sus hijas Adriana y Rocío se turnaban para cuidarlo, porque María Margarita vivía en Medellín. No quería que lo volvieran a operar si las cosas se ponían mal. Su recuperación avanzaba y volvió a hacer ejercicio. Pero el día antes de su muerte se sintió mal, y le asignaron una cita médica para el día siguiente, a la cual no llegó. La última vez que entró a la Fundación Cardioinfantil fue para fallecer.


Aunque resulta obvio que el recuerdo de Hernando nunca se ha perdido en la familia, realizar el documental ha sido un proceso de desempolvar recuerdos, fotos y objetos. De ir a lugares, hablar con personas e, incluso, desenterrar físicamente sus restos, que reposaban en un osario del barrio Muzú, en Bogotá. Sus cenizas fueron arrojadas por la familia a finales de agosto en el río Magdalena, a su paso por Campoalegre. No se trató de un detalle menor. Vestidos de blanco, sus hijas, sus hijos y Gilma no solo cerraron el ciclo que empezó con el niño que se escapaba para meterse al río, sino que estaban cumpliendo, trece años después, con la última voluntad de Casanova. “Si no lanzan mis cenizas al Magdalena, voy y le jalo las patas a todo el mundo”, decía. Ninguna de las personas que habló para este artículo dio testimonio de hechos sobrenaturales, a pesar de la amenaza proferida en vida del protagonista y de su gusto por el terror.


Recapitulemos lo escrito hasta el momento: un muchacho de provincia que a fuerza de talento e insistencia llega al estrellato, conoce el brillo de la fama, la abundancia del dinero y su posterior ausencia, para acabar sus días muy cerca de una nueva oportunidad de ascenso en medio de lo que más le gustaba.


Pero falta un detalle, su familia. O mejor, sus familias. Hernando Casanova estuvo casado en dos ocasiones. La primera, con Elsa Ruiz, madre de sus tres hijas mayores —Adriana, Rocío y María Margarita—, y con Gilma Sampayo, madre de Juan Sebastián y Nicolás. Se divorció de sus dos esposas, pero nunca se alejó de ellas ni permitió que sus hijas crecieran separadas de sus hijos. Los problemas que llevaron al fin de su matrimonio con Elsa nada tuvieron que ver con su relación con Gilma (a quien conoció mucho después; incluso Elsa ya se había vuelto a casar), y entre las dos mujeres existe una amistad profunda. No es raro que ambas ramas de la familia celebren ocasiones especiales juntas y el lazo que las une es mucho más fuerte que el de la coincidencia de haber compartido un padre o un esposo en momentos diferentes de la vida.


Es difícil explicar a qué se debe todo esto, pero el resultado es claro cuando uno habla con los miembros de la familia por separado. No hay ni un átomo de discordia. María Margarita habla de la emoción de ver a Nicolás y a Juan Sebastián al frente del documental, porque le parece estar viendo a su papá de nuevo, detrás de una cámara. El parecido de Nicolás con Hernando es impresionante. Es alto, rubio y delgado, tal como lo era él de joven. Tiene gestos similares y su risa es casi la misma.


Sin querer, años después de su muerte, su hijo, tan parecido, emprendió de manera profesional lo que él hizo de modo empírico. Nicolás estudia Producción de cine y televisión, y ha aprendido en la academia lo que Hernando absorbió mientras veía trabajar a los directores. Juan Sebastián ha aprendido a actuar con profesores y no con libretos tirados por ahí por los actores a los que su padre emulaba. Margarita colaboró activamente con las fotos y el detrás de cámaras del documental, a pesar de que Hernando hizo lo que pudo para que no se metiera con esa gente del cine y la televisión. ¿Y el Culebro? Bueno, a estas alturas, ya debe estar bien adentro del océano, escapado para siempre del osario, en algún remolino del mar Caribe.

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